ОглавлениеНазадВпередНастройки
Добавить цитату

Capítulo XII. La aventura de los yangüeses

Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que cuando don Quijote se despidió de los cabreros, él y su escudero entraron en un bosque cabalgando y fueron a parar a un prado de frescas hierbas por donde corría un arroyo de aguas claras. Se apearon don Quijote y Sancho y dejaron al asno y a Rocinante pacer a sus anchas por el prado, mientras ellos comían en buena compañía de lo que llevaban en las alforjas.

Había en el prado una manada de yeguas de unos yangüeses que habían parado a descansar. En cuanto Rocinante vio las yeguas, corrió hacia ellas muy contento para saciar su natural instinto, pero lo recibieron a coces. Y viendo los yangüeses la insistencia de Rocinante, acudieron con palos y le dieron golpes hasta derribarlo al suelo.

Don Quijote, que vio la paliza dada a Rocinante, dijo a Sancho:

–Por lo que veo, amigo Sancho, estos no son caballeros, sino gente sin educación. Te lo digo para que me ayudes a vengar el daño que hecho a Rocinante.

–¿Qué dice, mi señor ―respondió Sancho―, si ellos son más de veinte y nosotros sólo dos?

–Yo valgo por ciento ―contestó don Quijote.

Y sin decir más, cogió su espada y atacó a los yangüeses. Lo mismo hizo Sancho Panza, siguiendo el ejemplo de su amo. Don Quijote dio una cuchillada a uno y le rompió el vestido y parte de la espalda.

Los demás yangüeses acudieron con sus palos y comenzaron a dar golpes al amo y al criado hasta hacerlos rodar por el suelo. Los yangüeses, cuando vieron lo que habían hecho, cogieron sus yeguas y echaron a correr camino adelante.

El primero en hablar fue Sancho, que dijo a su amo:

–¡Ay, señor don Quijote! Pido a vuestra merced que me dé un par de tragos de aquella bebida de Fierabrás, si es que la tiene a mano.

–Si la tuviera ―respondió don Quijote, con todo cuerpo dolorido―, te la daría. Pero te juro que la he de conseguir antes de dos días. Te digo, además, que yo tengo la culpa de todo por usar mi espada contra hombres que no son caballeros como yo. No se pueden desobedecer las leyes de caballería.

–Pues yo soy hombre pacífico ―dijo Sancho― y sé disimular cualquier ofensa, porque tengo mujer e hijos que cuidar. Así que no pienso luchar con ningún hombre, alto o bajo, rico o pobre, hidalgo o labrador.

–Has de saber, amigo Sancho ―dijo don Quijote―, que la vida de los caballeros andantes es mil veces peligrosa y desgraciada, como lo demuestra la experiencia. Así que haz un esfuerzo, que lo mismo haré yo. Veamos cómo está Rocinante, que también ha recibido sus golpes.

–Lo raro es que mi asno se haya librado, estando nosotros con las costillas rotas ―dijo Sancho.

–Siempre la ventura deja una puerta abierta en las desgracias para remediarlas ―dijo don Quijote―. Lo digo porque este asno podrá llevarme ahora a algún castillo donde pueda curar mis heridas. Y no lo tendré como deshonra, que las heridas que se reciben en las batallas antes dan honra que la quitan; así que, Panza amigo, levántate lo mejor que puedas y ponme encima de tu asno, que nos vamos de aquí antes de que la noche nos sorprenda en este descampado.

–Pues yo he oído decir a vuestra merced ―dijo Sancho― que es de caballeros andantes dormir en los desiertos, y que lo consideran una suerte.

–Eso es ―dijo don Quijote― cuando no pueden más o cuando están enamorados. Es verdad que ha habido caballeros que han estado sobre una piedra, al sol y a la sombra, soportando la lluvia o la nieve durante mucho tiempo, hasta dos años sin que lo supiera su señora. Pero dejemos esto y acaba de preparar el asno antes de que suceda otra desgracia, como a Rocinante.

Finalmente, Sancho colocó a don Quijote atravesado sobre su asno y se pusieron otra vez en marcha. Al poco rato descubrieron lo que para Sancho era una venta y para don Quijote, un castillo. El escudero no quiso discutir si era venta o castillo y entró en la que él creía venta.

yangüeses – янгуанцы, родом из деревни Янгуас-де-Эресма (провинция Сеговия)
costillas – рёбра, бока
descampado – открытая местность, чистое поле